A veces, escribir es un trabajo arduo, tedioso. Es desenmarañar con paciencia de artesano y precisión de cirujano, una bola informe, enreversada. Es una cruzada mística, muchas veces, infructuosa.
Pero, a veces, escribir es una necesidad fisiológica, un reflujo gástrico que es necesario vomitar con prisa antes de que lo devolvamos con un estertor a las entrañas.